"Hacía años que deseaba comprar una buena gabardina inglesa, como otra que poseí hace treinta o cuarenta años; pero nunca encontraba ocasión de hacerlo. Quería una gabardina de verdad, de las de toda la vida, hecha para soportar la lluvia y el mal tiempo. Tipo trinchera o similar, que abrigara y protegiera lo más posible. Pero no había manera. Cuando me acordaba e iba a buscarla sólo encontraba modelitos de temporada, más al servicio del estilo del momento que de lo práctico. Mis últimas visitas a tiendas especializadas me ponían, además, de una mala leche espantosa.
Recuerdo la sucursal en Madrid de una importante marca de ropa, cuando entré confiado en hallar una gabardina clásica y sólo las vi del tipo tres cuartos, un palmo por encima de las rodillas. Y encima, de colores. Busco una de verdad, le dije al vendedor. Que me cubra hasta abajo; para cuando llueva, no mojarme. Ya no se llevan, me dijo el tío, mirándome como si yo acabara de salir del Pleistoceno. Ahora son cortas. Le respondí que una gabardina corta, amén de poco práctica, era una gilipollez. Casi un oxímoron. Y cuando intuí que el fulano estaba deseando que me largara para buscar la palabra oxímoron en Google, me fui con el rabo entre las piernas. Así que durante mucho tiempo estuve usando una vieja y estupenda gabardina que fue de mi padre, larga de verdad.
Hacía muchos años que no viajaba a Londres. Me tocó ir la pasada primavera, y como para ciertas cosas soy más de piñón fijo que un guardia civil, lo primero que hice fue comprar una Burberrys Vintage que habría hecho palidecer de envidia a Cary Grant o a Humphrey Bogart: larga, cómoda, confortable, segura, hecha para soportar incluso las lluvias de Ranchipur….."
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