Retrato del reportero adolescente es un libro mestizo entre la ficción, el ensayo y el análisis estético. Avanza sobre tres motores temáticos que se fusionan con fluidez, con un resultado armónico, y que sirven de atractivo para lectores diferentes.
En primer lugar, el libro hace un recorrido histórico por el siglo XX, como una panoplia de sus muchos conflictos. Se recuerdan acontecimientos políticos y sociales de regímenes y gobiernos –y las implicaciones de Hergé con ellos- y se cita a algunos de sus protagonistas. La prosa clara y elegante de Narbona eleva ese repaso a la condición de crónica de un siglo tan frenético.
En segundo lugar, con una estructura en la que cada capítulo del libro corresponde de manera casi paralela a cada uno de los cómics de Hergé, Narbona hace un análisis artístico de su estética, de sus temas y de sus muchos personajes, de la eficacia de sus gags (Hergé podría haber sido un buen guionista del cine de aventuras), de sus técnicas pictóricas, de su característica línea clara –y blanca, podríamos añadir-, del equilibrio entre la imagen y el texto. Al ofrecer una perspectiva global sobre los veinticuatro álbumes de la serie y su importancia dentro de la historia del cómic, esta segunda parte interesará especialmente a los tintinófilos, incluso a los que detestan algunos de los comportamientos ideológicos de su autor. Narbona no sólo recuerda y actualiza sus historias y sus localizaciones, sino que a menudo las relaciona y vincula con escritores de sus mismas geografías. Así, al hablar de Arabia se habla de T. E. Lawrence; para explicar Japón se recuerda la biografía de Yukio Mishima; en una aventura sudamericana hay una referencia a Macondo y al realismo mágico; otra ambientada en Escocia ofrece una buena oportunidad para hablar de Stevenson; y al hablar de espías y del Telón de Acero, de la Guerra Fría y de los años Sputnik, es natural que aparezca John Le Carré.
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Niemand, el anciano a quien Rafael Narbona encuentra en un asilo de Bruselas y con quien mantiene la conversación que, en un juego metaliterario, da origen al propio libro, en alemán significa «nadie», en un nuevo guiño a
La Odisea. Niemand no sólo conserva un gran parecido físico con Tintín, incluido el tupé, como si fuera el personaje real de quien Hergé hubiera transcrito sus verdaderas aventuras; también tiene un profundo conocimiento de la vida del autor y, sobre todo, contesta con enorme seguridad y sin ninguna vacilación cuando Narbona le formula la pregunta «¿Qué sentiría Tintín cuando…?», como si también hubiera tenido acceso directo a las emociones y a los pensamientos del joven reportero, que no tardó en convertirse en detective. En el libro nunca se especifica la verdadera identidad de Niemand, la respuesta queda flotando en el húmedo aire bruselense, acaso para evitar problemas de copyright con los avaros herederos de Hergé, que han hecho de Tintín un recaudador de derechos y una pieza de museo. Sin embargo, el lector siempre tiene la impresión de que Rafael Narbona, en un ejercicio de homenaje y nostalgia, en realidad ha estado todo el tiempo conversando con su admirado Tintín.