Los puntos 1, 2 y 3 ya estuvieron encima de la mesa en 1939; los 4, 5, 6 y 7 sin elecciones de por medio tambiénAbandonar Cataluña no creo que sea la solución, por cierto. Tal vez sí al contrario.
A modo de chascarrillo voy a transcribir parte de la conversación que tenía lugar este verano en la terraza de un restaurante de Salamanca, en una mesa contigua a la mía. Uno de los comensales explicaba cómo anexionar el territorio de Portugal a España (ese viejo anhelo patrio; no lo neguéis, cabroncetes, que de pequeños lo hacíais de manera inconsciente al dibujar el mapa de España; debe estar en nuestro jodido ADN o algo así) de una manera limpia y sencilla.
A saber:
1.- España declara la guerra a Portugal.
2.- Antes de pegar un solo tiro España se rinde y cede su territorio.
3.- Madrid es una ciudad más de Portugal, cuya capital sigue siendo Lisboa. La bandera que ondea en sus edificios institucionales es, lógicamente, la portuguesa.
4.- En las siguientes elecciones democráticas se presenta un partido españolista que las gana sin dificultad (con el voto de las provincias hispanas de Portugal; 47 millones de habitantes frente a los 10 del Portugal original).
5.- Se decide trasladar la capital de Portugal a Madrid.
6.- Se decide que la nueva bandera de Portugal será como la antigua española.
7.- Ya de paso se decide cambiar el nombre al país por… España, sí.
La democracia tiene estas cosas. Y claro, ¿a quién no le gusta la democracia?
¿Alguien se anima a repoblar Cataluña con españoles patanegra, con más aguante que un colono de la franja de Gaza? Ya se hizo en el pasado y salió medio bien (hasta que el Roy Batty charnego se declaró en rebeldía). Todos con la bandera española encima del umbral. Y con licencia de caza, que hay mucha maldita zarigüeya.