[…] De Jasay identifica la democracia con un procedimiento electivo basado en la voluntad de la mayoría. Cada cierto tiempo […], se hace con el poder el que ha conseguido reunir un número de sufragios superior o igual a la mitad más uno. El resultado es una transferencia constante de recursos desde los ricos a los pobres. Los segundos, en efecto, son más que los primeros, y por lo mismo tenderán a apoyar políticas redistributivas que les sean favorables. El proceso, llevado a su conclusión lógica, debería conducirnos a una situación equivalente a lo que los físicos denominan «muerte térmica» de un sistema. Un sistema ha alcanzado la muerte térmica cuando no se registran diferencias de energía entre sus partes. Mutatis mutandis, en una sociedad sometida a políticas indefinidamente redistributivas la renta de cada individuo terminará por igualarse con la de los otros individuos. En el trance, entra en declive la acumulación de capital, aumenta la resistencia a las adaptaciones estructurales y se dispara la deuda pública. Esto es lo que, según De Jasay, está ocurriendo en las democracias occidentales, máxime en Francia y España. Y esto, igualmente, es lo que no está ocurriendo en naciones como Indonesia, Singapur o Corea, incursas todas ellas en un círculo virtuoso de inversión y crecimiento. Occidente, en fin, se ha puesto a rodar cuesta abajo. […]
[…] La democracia no es solo un sistema para determinar quién ha de ser el que mande. Es mucho más, e ignorarlo nos condena a una interpretación de la realidad colectiva sesgada y poco útil. […] No es verdad que las sociedades occidentales estén aproximándose a la muerte térmica. Está ocurriendo, en puridad, algo peor: un aumento relativo de la desigualdad —tal indica la evolución del índice Gini— junto al deterioro acelerado, en el orden material y moral, del Estado Benefactor. […] Los hombres razonables preferirán, sin duda, una democracia a una dictadura horrenda. Pero no a sistemas autoritarios más eficientes en lo económico y donde estén garantizados el imperio de la ley y el mercado.
[…] Existe una rama del liberalismo, deudora a la par de los escoceses y los austriacos, que ha sido proclive a desconectar conceptualmente el máximo bien —el imperio de la ley y, en su estela, la libertad— de formas de gobierno específicas. […] Sería absurdo establecer un paralelo entre la crisis que la democracia experimentó en los años veinte y treinta y los vientos de fronda que al presente se registran aquí y allá. […] Inquieta el desbarajuste de la izquierda, indecisa entre fórmulas anarquizantes en el terreno de la cultura y las costumbres, y la adhesión renuente a un Estado Benefactor en liquidación;
inquieta el sentimiento creciente de que el futuro se encuentra en manos de países que no han conocido o no ejercen en serio la democracia; y por último,
causa desasosiego la proclividad del liberalismo economicista a desengancharse de un orden moral que exige ser reformado, pero del que no nos vamos a ir sin perder la libertad. […]