He encontrado este artículo y me ha hecho mucha gracia:

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Barcelona es una ciudad maravillosa. Una buena mañana sales a la calle y, con la tostada todavía en la boca, eres engullido por una avalancha de anoraks de última generación con la bandera de Noruega en el pecho. Imagina un vertido industrial de miles de patos de goma en un río y cambia los patos por tan aparatosas prendas. Quédate con la imagen.


De un día para otro, y en paralelo a la toma de posesión de Donald Trump, la rúe se ha inundado de cortavientos y chaquetas Napapijri. Hablo de unos jerseys-chaqueta incomodísimos, diseñados para climas árticos. Rojos, azules, grises, verdes… Provistos de gigantescos bolsillos para guardar la compra del Carrefour o incubar un osezno… Surcados por cremalleras que, como los pasillos laberínticos del Hotel Overlook, no llevan a ninguna parte… Gente que parece que vaya a esquiar fuera pistas pero está en la Rambla Catalunya.
Y por encima de tanta aparatosidad, aunque parezca imposible, estos trajes espaciales lucen una bandera noruega en la pechera que no solo obliga al observador a cubrirse los ojos con grasa de foca para no llorar sangre, sino que envía un mensaje descolocante para la mentalidad latina: ahí dentro se cuece cual lechal un recio vikingo, un cazador de ballenas, un Thor ibérico que viste con estilo incluso en la climatología hostil de este témpano de hielo llamado España, yo qué sé…
Un Thor ibérico que viste con estilo incluso en la climatología hostil de este témpano de hielo llamado España
Los barceloneses están empezando a recelar. Tanta bandera noruega en el tórax no puede pasar desapercibida. La tontería se está convirtiendo en temor a una invasión odinista, a una turba de cruzados noruegos dispuestos a poner patas arriba nuestro querido estilo de vida mediterráneo. Iglesias quemadas, cabeza de cerdo ensartadas en palos, black metal, etc.

En serio: la Condal apesta a Napapijri; los adolescentes se pirran por sus incómodos mamotretos y se los calzan como si se fueran a hacer trekking al Canigó. Y Rajoy leyendo el Marca. Y American Apparel chapando. Una ropa que hasta ahora estaba circunscrita a la burguesía esquiadora y debería haberse quedado en las carnes de la pijería de Formigal, ha bajado a las calles en tromba para rebañar los últimos ahorros que le quedan al borreguismo patrio. Barcelona sabe a Napapijri. Habla Napapijri.
En Facebook, algunos visionarios ya han dado la voz de plaga. Incluso Forocoches ha abierto un debate con el sutil título: “¿Es la chaqueta Napapijri el detector de subnormales actual?”. Hablamos de la nueva gripe. Banderas noruegas aquí y allá. Tipos sudando muy fuerte en esos envoltorios abrasadores de Thermosoft. A tu lado. En el bus. En la cola de la tienda Nespresso. Ahí fuera, joder.
¿Es la chaqueta Napapijri el detector de subnormales actual?
Cuesta aceptar que estos abortos textiles, a 200 euros la pieza más barata, se hayan propagado con la velocidad de un cuesco en un ascensor. ¿Qué ha originado el brote repentino? Todavía esperamos a que algún experto en el asunto aporte una explicación racional. Porque si hay un lugar en el que no es necesario llevar anoraks de última generación para exploradores del ártico, diría que ese es Barcelona, una ciudad donde se disparan las sirenas antiaéreas cuando bajamos de los 10 grados cada 250 años.

Algo me dice que estamos ante el equivalente masculino de esta temporada de la chaqueta amarilla de Zara, pero con el FFWD a toda pastilla; lo que Amancio Ortega coció a fuego lento, Napapijri lo ha sacado ardiendo del microondas en menos que canta un Gallagher. Algo me dice también que estas aparatosas smock jackets correrán la misma suerte que la bicha de Zara. Si los medios hacen visible el virus borreguil, la otrora codiciada prenda perderá su sex appeal y pasará a ser una pieza proscrita. De hecho, en cuanto se hizo famosa por su omnipresencia, la chaqueta de Zara empezó a desaparecer de las calles por una cuestión de vergüenza torera.
Pero mientras esto no pase, mientras solo unos pocos bendecidos podamos verle las costuras a la conspiración, Barcelona tendrá que vivir con esta plaga creciente. Y preguntarse qué diablos habrán hecho los genios del departamento de marketing de Napapijiri para volver a la mocedad así de loca.
Seguramente, la razón la encontraremos en una hábil campaña de distribución de Instagram; ya se sabe, un saco de patatas infectado con viruela puede convertirse en la pieza más cool del momento si se lo ponen los cuatro bobos de moda. Quizás es el efecto Borja Thyssen (gran fan de la marca). A lo mejor, un ejército de drones Napapijri dejó caer anoraks en casas de celebrities como si lanzara sacos de ayuda humanitaria…

Lo que sí sabemos es que el caso es grave. En los años ’90 me vi inmerso hasta las trancas en una de las modas urban que más víctimas causó en mi entorno: el cortavientos Carhartt. En Barcelona se vivió una auténtica locura. Llegué a tener cuatro o cinco de esos bastardos, y por si fuera poco, en los ambientes modernillos en los que me movía, todo Dios los llevaba. Parecíamos una secta a punto de ingerir Tang con cianuro. Después de aquella sobredosis no he vuelto a ponerme uno. Solo llevo abrigos que puedan abrocharse y desabrocharse, norma de la casa.
Quizás por eso, el sarpullido me ha cogido en bolas. Nunca habría pensado que volvería a vivir un auge de los cortavientos, y mucho menos de los cortavientos Napapijri, cuya horterez a cara de perro hace que los Carhartt de los ’90 parezcan delicadas piezas de lencería del ajuar de Aída Nízar. Aún diría más: en Barcelona, el cortavientos Napapijri empieza a ser a las personas lo que el Hummer al tráfico interurbano.
Se acercan los Goya y seguro que algún actor, pongamos Carmen Machi, sale a recoger la estatuilla con un skidoo Napapijri. Falete con un plumón Napapijri XXXL, subido a un asno en el camino del Rocío. Terelu salpicando su Napapijri fosforescente con esquirlas de patata frita, migajas de porra y azúcar de ensaimada… No descarto que el contagio se deba al azar, pero quiero pensar que la turba está hábilmente manipulada, que la fiebre de estos anoraks responde a una treta de marketing viral, rápida como un demonio, intensa y letal. Un virus que todavía no conocemos. Dicen que Napapijri es una palabra finlandesa que significa Círculo Polar Ártico. Pues yo solo leo: “Make America great again!”.