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  1. #161
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    A colación del hilo donde se está comentando cosas de los Panerai me ha venido a la cabeza este artículo de Pérez Reverte sobre una anécdota que le ocurrió en el aeropuerto de Roma.
    Pego:

    "Nunca hemos sido tan vulnerables como ahora. Vivir apretando botones y pasando tarjetas por ranuras, ir en hora y media de Madrid a París, tiene su precio. Tanto confort que nos facilita la vida trae implícito, con la posibilidad del fallo, su propio desastre. Un apagón, una tarjeta de crédito estropeada, un minúsculo error informático pueden bloquearlo todo, dejándonos inermes ante la máquina, el sistema o la vida. Pero hay una variante más azarosa del asunto: la mano interpuesta del hombre. En cuestión de fallos, no hay conjunción más temible que el ser humano y la máquina. Nada más peligroso que un mecanismo de los que rigen tu vida, y en cuya supuesta eficacia confías, puesto en manos de un malvado. O lo que es peor: de un imbécil.

    El otro día viví una pequeña demostración de lo que les cuento. Algo anec- dótico, afortunadamente; trivial en apariencia, pero que me dejó -y aquí sigo- reflexionando sobre el asunto. Pasaba el control de seguridad en el aeropuerto de Roma, sometido a las humillaciones y sevicias de rigor. Tras despojarme de reloj, llaves, monedas y cuantos objetos podían hacer sonar el detector de metales, lo puse todo en la bandeja correspondiente, metí ésta y mi bolsa de mano en la cinta transportadora y me situé tras un pobre abuelete al que habían hecho quitarse el cinturón y caminaba sujetándose patéticamente los pantalones, como si fuese camino del horno número 4 de Auschwitz. Crucé, al llegar mi turno, el arco con la ligereza de ánimo de quien se sabe inocente; pero al coger mi bolsa de mano, una agente de seguridad pidió ver su interior. «Lleva un objeto extraño», me dijo la prójima en italiano. Iba a responder que no había nada extraño en mi bolsa, cuando recordé que llevaba, envuelta en su caja, una figura de plomo de un palmo de longitud que había comprado en una tienda para coleccionistas: un maiale, aquel pequeño submarino biplaza que los buceadores italianos utilizaban, durante la Segunda Guerra Mundial, para atacar de noche a los barcos ingleses fondeados en Gibraltar. Entonces, cayendo en la cuenta de cuál era el objeto extraño, sonreí, hurgué en la bolsa y se lo mostré a la agente.

    Apenas vi la cara con la que la individua lo miraba, comprendí que iba a tener problemas. Me ha tocado, pensé, la retrasada mental del aeropuerto. Fruncía el ceño, obtusa, cuando cogió la especie de torpedo pintado de verdegris naval, sopesándolo, y miró la hélice y las dos figurillas de buzos sentadas a horcajadas sobre él. «¿Qué es esto?», preguntó observándome como si llevase puestos una kufiya iraquí o un turbante afgano. Entonces cometí el error de dar explicaciones. «È un ginnoto», dije en mi italiano básico. «Un piccolo sommergibile militare.» Su expresión me produjo un escalofrío. La pájara era menuda, con el pelo castaño muy cardado, un cinturón con walkie-talkie y esposas, y de pronto le vi cara de loca. «¿Torpedo militar?», concluyó observándome con siniestra suspicacia. «La has jodido, Arturín», pensé. Y para acabar de arreglarlo, decidí apelar a su memoria histórica. Esta subnormal es italiana y agente de seguridad, decidí. Algún entrenamiento tendrá, supongo. Algo habrá leído. Así que aclaré: «È un maiale». Y ahí perdí el control de la cosa, porque la prójima me clavó unos ojos como puñales y gritó: «¿Me ha llamado cerda?». Miré la cola que se había formado detrás, pues bloqueábamos el paso. «No -respondí, intentando no dejarme dominar por el pánico-. Ho detto maiale, mascolino, no maiala. Maiale significa porco, è vero. Ma cosí si chiama anche queste siluro. Data della guerra mondiale, ¿capisce?» La tía estudiaba el submarinillo, y de vez en cuando intentaba -aunque era imposible- desenroscar su parte delantera. «Maiala», repetía, pensativa. «¿Y qué ha dicho de la guerra?»

    Entonces pedí socorro. Literalmente. Lo dije en voz alta, en español, y luego lo repetí en italiano: «¡Aiuto!». Alrededor se hizo el silencio. Hoy no vuelo, pensé. Me quedo en Roma con el puto sommergibile. Entonces se acercó un agente de seguridad normal, con el cociente intelectual mínimo adecuado, supongo, para ese trabajo. Con esa cara de cachondos que ponen algunos italianos cuando tratan con españoles. «Me ha llamado cerda», le informó la tía, indignada. Ni me defendí. Le mostré el cuerpo del delito al agente, e imité el gesto de juntar los cinco dedos y balancear la mano hacia arriba. Entonces el otro cogió el submarino, sonrió admirado y exclamó: «¡Un maiale!... ¡Qué bonito! ¿Dónde lo ha comprado?»."


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  2. #162
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    A colación del hilo donde se está comentando cosas de los Panerai me ha venido a la cabeza este artículo de Pérez Reverte sobre una anécdota que le ocurrió en el aeropuerto de Roma.
    Pego:

    "Nunca hemos sido tan vulnerables como ahora. Vivir apretando botones y pasando tarjetas por ranuras, ir en hora y media de Madrid a París, tiene su precio. Tanto confort que nos facilita la vida trae implícito, con la posibilidad del fallo, su propio desastre. Un apagón, una tarjeta de crédito estropeada, un minúsculo error informático pueden bloquearlo todo, dejándonos inermes ante la máquina, el sistema o la vida. Pero hay una variante más azarosa del asunto: la mano interpuesta del hombre. En cuestión de fallos, no hay conjunción más temible que el ser humano y la máquina. Nada más peligroso que un mecanismo de los que rigen tu vida, y en cuya supuesta eficacia confías, puesto en manos de un malvado. O lo que es peor: de un imbécil.

    El otro día viví una pequeña demostración de lo que les cuento. Algo anec- dótico, afortunadamente; trivial en apariencia, pero que me dejó -y aquí sigo- reflexionando sobre el asunto. Pasaba el control de seguridad en el aeropuerto de Roma, sometido a las humillaciones y sevicias de rigor. Tras despojarme de reloj, llaves, monedas y cuantos objetos podían hacer sonar el detector de metales, lo puse todo en la bandeja correspondiente, metí ésta y mi bolsa de mano en la cinta transportadora y me situé tras un pobre abuelete al que habían hecho quitarse el cinturón y caminaba sujetándose patéticamente los pantalones, como si fuese camino del horno número 4 de Auschwitz. Crucé, al llegar mi turno, el arco con la ligereza de ánimo de quien se sabe inocente; pero al coger mi bolsa de mano, una agente de seguridad pidió ver su interior. «Lleva un objeto extraño», me dijo la prójima en italiano. Iba a responder que no había nada extraño en mi bolsa, cuando recordé que llevaba, envuelta en su caja, una figura de plomo de un palmo de longitud que había comprado en una tienda para coleccionistas: un maiale, aquel pequeño submarino biplaza que los buceadores italianos utilizaban, durante la Segunda Guerra Mundial, para atacar de noche a los barcos ingleses fondeados en Gibraltar. Entonces, cayendo en la cuenta de cuál era el objeto extraño, sonreí, hurgué en la bolsa y se lo mostré a la agente.

    Apenas vi la cara con la que la individua lo miraba, comprendí que iba a tener problemas. Me ha tocado, pensé, la retrasada mental del aeropuerto. Fruncía el ceño, obtusa, cuando cogió la especie de torpedo pintado de verdegris naval, sopesándolo, y miró la hélice y las dos figurillas de buzos sentadas a horcajadas sobre él. «¿Qué es esto?», preguntó observándome como si llevase puestos una kufiya iraquí o un turbante afgano. Entonces cometí el error de dar explicaciones. «È un ginnoto», dije en mi italiano básico. «Un piccolo sommergibile militare.» Su expresión me produjo un escalofrío. La pájara era menuda, con el pelo castaño muy cardado, un cinturón con walkie-talkie y esposas, y de pronto le vi cara de loca. «¿Torpedo militar?», concluyó observándome con siniestra suspicacia. «La has jodido, Arturín», pensé. Y para acabar de arreglarlo, decidí apelar a su memoria histórica. Esta subnormal es italiana y agente de seguridad, decidí. Algún entrenamiento tendrá, supongo. Algo habrá leído. Así que aclaré: «È un maiale». Y ahí perdí el control de la cosa, porque la prójima me clavó unos ojos como puñales y gritó: «¿Me ha llamado cerda?». Miré la cola que se había formado detrás, pues bloqueábamos el paso. «No -respondí, intentando no dejarme dominar por el pánico-. Ho detto maiale, mascolino, no maiala. Maiale significa porco, è vero. Ma cosí si chiama anche queste siluro. Data della guerra mondiale, ¿capisce?» La tía estudiaba el submarinillo, y de vez en cuando intentaba -aunque era imposible- desenroscar su parte delantera. «Maiala», repetía, pensativa. «¿Y qué ha dicho de la guerra?»

    Entonces pedí socorro. Literalmente. Lo dije en voz alta, en español, y luego lo repetí en italiano: «¡Aiuto!». Alrededor se hizo el silencio. Hoy no vuelo, pensé. Me quedo en Roma con el puto sommergibile. Entonces se acercó un agente de seguridad normal, con el cociente intelectual mínimo adecuado, supongo, para ese trabajo. Con esa cara de cachondos que ponen algunos italianos cuando tratan con españoles. «Me ha llamado cerda», le informó la tía, indignada. Ni me defendí. Le mostré el cuerpo del delito al agente, e imité el gesto de juntar los cinco dedos y balancear la mano hacia arriba. Entonces el otro cogió el submarino, sonrió admirado y exclamó: «¡Un maiale!... ¡Qué bonito! ¿Dónde lo ha comprado?»."


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  3. #163
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    A colación del hilo donde se está comentando cosas de los Panerai me ha venido a la cabeza este artículo de Pérez Reverte sobre una anécdota que le ocurrió en el aeropuerto de Roma.
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    "Nunca hemos sido tan vulnerables como ahora. Vivir apretando botones y pasando tarjetas por ranuras, ir en hora y media de Madrid a París, tiene su precio. Tanto confort que nos facilita la vida trae implícito, con la posibilidad del fallo, su propio desastre. Un apagón, una tarjeta de crédito estropeada, un minúsculo error informático pueden bloquearlo todo, dejándonos inermes ante la máquina, el sistema o la vida. Pero hay una variante más azarosa del asunto: la mano interpuesta del hombre. En cuestión de fallos, no hay conjunción más temible que el ser humano y la máquina. Nada más peligroso que un mecanismo de los que rigen tu vida, y en cuya supuesta eficacia confías, puesto en manos de un malvado. O lo que es peor: de un imbécil.

    El otro día viví una pequeña demostración de lo que les cuento. Algo anec- dótico, afortunadamente; trivial en apariencia, pero que me dejó -y aquí sigo- reflexionando sobre el asunto. Pasaba el control de seguridad en el aeropuerto de Roma, sometido a las humillaciones y sevicias de rigor. Tras despojarme de reloj, llaves, monedas y cuantos objetos podían hacer sonar el detector de metales, lo puse todo en la bandeja correspondiente, metí ésta y mi bolsa de mano en la cinta transportadora y me situé tras un pobre abuelete al que habían hecho quitarse el cinturón y caminaba sujetándose patéticamente los pantalones, como si fuese camino del horno número 4 de Auschwitz. Crucé, al llegar mi turno, el arco con la ligereza de ánimo de quien se sabe inocente; pero al coger mi bolsa de mano, una agente de seguridad pidió ver su interior. «Lleva un objeto extraño», me dijo la prójima en italiano. Iba a responder que no había nada extraño en mi bolsa, cuando recordé que llevaba, envuelta en su caja, una figura de plomo de un palmo de longitud que había comprado en una tienda para coleccionistas: un maiale, aquel pequeño submarino biplaza que los buceadores italianos utilizaban, durante la Segunda Guerra Mundial, para atacar de noche a los barcos ingleses fondeados en Gibraltar. Entonces, cayendo en la cuenta de cuál era el objeto extraño, sonreí, hurgué en la bolsa y se lo mostré a la agente.

    Apenas vi la cara con la que la individua lo miraba, comprendí que iba a tener problemas. Me ha tocado, pensé, la retrasada mental del aeropuerto. Fruncía el ceño, obtusa, cuando cogió la especie de torpedo pintado de verdegris naval, sopesándolo, y miró la hélice y las dos figurillas de buzos sentadas a horcajadas sobre él. «¿Qué es esto?», preguntó observándome como si llevase puestos una kufiya iraquí o un turbante afgano. Entonces cometí el error de dar explicaciones. «È un ginnoto», dije en mi italiano básico. «Un piccolo sommergibile militare.» Su expresión me produjo un escalofrío. La pájara era menuda, con el pelo castaño muy cardado, un cinturón con walkie-talkie y esposas, y de pronto le vi cara de loca. «¿Torpedo militar?», concluyó observándome con siniestra suspicacia. «La has jodido, Arturín», pensé. Y para acabar de arreglarlo, decidí apelar a su memoria histórica. Esta subnormal es italiana y agente de seguridad, decidí. Algún entrenamiento tendrá, supongo. Algo habrá leído. Así que aclaré: «È un maiale». Y ahí perdí el control de la cosa, porque la prójima me clavó unos ojos como puñales y gritó: «¿Me ha llamado cerda?». Miré la cola que se había formado detrás, pues bloqueábamos el paso. «No -respondí, intentando no dejarme dominar por el pánico-. Ho detto maiale, mascolino, no maiala. Maiale significa porco, è vero. Ma cosí si chiama anche queste siluro. Data della guerra mondiale, ¿capisce?» La tía estudiaba el submarinillo, y de vez en cuando intentaba -aunque era imposible- desenroscar su parte delantera. «Maiala», repetía, pensativa. «¿Y qué ha dicho de la guerra?»

    Entonces pedí socorro. Literalmente. Lo dije en voz alta, en español, y luego lo repetí en italiano: «¡Aiuto!». Alrededor se hizo el silencio. Hoy no vuelo, pensé. Me quedo en Roma con el puto sommergibile. Entonces se acercó un agente de seguridad normal, con el cociente intelectual mínimo adecuado, supongo, para ese trabajo. Con esa cara de cachondos que ponen algunos italianos cuando tratan con españoles. «Me ha llamado cerda», le informó la tía, indignada. Ni me defendí. Le mostré el cuerpo del delito al agente, e imité el gesto de juntar los cinco dedos y balancear la mano hacia arriba. Entonces el otro cogió el submarino, sonrió admirado y exclamó: «¡Un maiale!... ¡Qué bonito! ¿Dónde lo ha comprado?»."


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    Curiosa historia, que refleja perfectamente los tiempos que corren. Tremendo Reverte, como suele ser habitual.
    "No ocultes tus cicatrices. Ellas te hacen ser quien eres." (Frank Sinatra)
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  4. #164
    Habitual Avatar de ronin
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    07 feb, 14
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    A la hora de hablar de ciertos temas, es más que habitual quedar en estado de asombro ante la habitual ignorancia de la mayoría de la gente que nos rodea. Yo no paro de quedarme sorprendido por el cada vez mayor desconocimiento, y no ya de un detalle como el que cuenta Reverte, si no de eventos y hechos históricos que han configurado el mundo tal y como lo conocemos.
    Hace poco tuve una discusión curiosa con una persona (conocido por parte de mi mujer) acerca de la formación del estado de Israel. Asombroso. Sin más. Los judíos son seres con cuernos y cola, los palestinos, sirios, egipcios, etc. criaturas élficas cuanto menos. Tener una visión simple, en blanco y negro, de los hechos relevantes de nuestro mundo, es uno de los factores que nos condena, nos hace manipulables y fáciles de controlar.

    Saludos caballeros.

  5. #165
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    18 mar, 14
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    Cita Iniciado por ronin Ver mensaje
    A la hora de hablar de ciertos temas, es más que habitual quedar en estado de asombro ante la habitual ignorancia de la mayoría de la gente que nos rodea. Yo no paro de quedarme sorprendido por el cada vez mayor desconocimiento, y no ya de un detalle como el que cuenta Reverte, si no de eventos y hechos históricos que han configurado el mundo tal y como lo conocemos.
    Hace poco tuve una discusión curiosa con una persona (conocido por parte de mi mujer) acerca de la formación del estado de Israel. Asombroso. Sin más. Los judíos son seres con cuernos y cola, los palestinos, sirios, egipcios, etc. criaturas élficas cuanto menos. Tener una visión simple, en blanco y negro, de los hechos relevantes de nuestro mundo, es uno de los factores que nos condena, nos hace manipulables y fáciles de controlar.

    Saludos caballeros.
    Totalmente de acuerdo.

    No recuerdo que políticos españoles, además de Alberto Garzón, hicieron un recordatorio alabando la revolución rusa, supongo que por ignorancia de lo que supuso, pero la alabanza era simple y sin sombra.
    He fallado una y otra y otra vez en mi vida y es por eso por lo que tengo éxito. (M.J)
    Never give in. Never give in. Never, never, never, never—in nothing, great or small, large or petty—never give in (W.S.Ch)

  6. #166
    Habitual Avatar de tonicab
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    No se si sabeis (supongo) que todas estas historias en primera persona de Reverte son inventadas. Vamos que él no las ha vivido y o bien dirá algo que ha escuchado o leído en algún sitio o simplemente se las inventa.

  7. #167
    Habitual Avatar de Trapo
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    Cita Iniciado por tonicab Ver mensaje
    No se si sabeis (supongo) que todas estas historias en primera persona de Reverte son inventadas. Vamos que él no las ha vivido y o bien dirá algo que ha escuchado o leído en algún sitio o simplemente se las inventa.
    Yo no lo sé. ¿cómo lo sabes tú?

  8. #168
    Habitual Avatar de Joe
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    Que la prepotencia y la inclinación política de la persona, no me impida entender y admirar el uso perfecto del castellano, su lengua viperina y su habilidad asombrosa para el relato no dejan nunca de deleitarme, son simplemente una joya de la lectura . jejejejejej
    Vaya si es bueno leer al jodido arrogante de Reverte.
    "We're paratroopers, Lieutenant. We're supposed to be surrounded"

  9. #169
    Habitual Avatar de Frankie
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    Cita Iniciado por Joe Ver mensaje
    Que la prepotencia y la inclinación política de la persona, no me impida entender y admirar el uso perfecto del castellano, su lengua viperina y su habilidad asombrosa para el relato no dejan nunca de deleitarme, son simplemente una joya de la lectura . jejejejejej
    Vaya si es bueno leer al jodido arrogante de Reverte.
    ¿Qué te molesta de su "inclinación política", Joe?
    aunque se vista de seda la mona, mona se queda.

  10. #170
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    Joe, creo que a Pérez Reverte se le suele confundir con una persona conservadora y de derechas sin serlo.
    Tampoco le conozco personalmente pero le sigo bastante y me parece que mucha gente (que debe leer en diagonal) le toma políticamente por lo que no es.
    A lo mejor son por las formas que usa, por decir las cosas como las piensa, sin medirlas y sin lamerle las botas a nadie que como ha escrito en alguna ocasión ya tiene la luz pagada el tiempo que le queda.
    Yo le admiro más por eso que por su obra literaria que aunque bien documentada me parece en general un poco "fácil".


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