El reproche habitual de los liberal-conservadores hacia la llamada cultura ‘woke’ (también conocida como ‘cultura de la cancelación') es que les parece demasiado radical: sus partisanos quieren destruir todas las estatuas, purgar nuestros museos, privarnos por completo de nuestra memoria colectiva y purificar el lenguaje cotidiano imponiendo su jerigonza insípida, fruto de la censura. En este asunto, creo que Ben Burgis acierta cuando defiende que los agentes de la cultura de la cancelación son ‘comediantes en un mundo en llamas’: lejos de ser ‘demasiado radicales’, su imposición de nuevas reglas y prohibiciones es un caso ejemplar de pseudoactividad, de como
asegurarse de que nada va a cambiar por el método de fingir actividad frenéticamente. No nos puede sorprender que nuevas formas de capital, en particular los magnates anti-Trump de las tecnológicas (Google, Apple, Facebook…), apoyen de manera apasionada las luchas feministas y antirracistas: nuestra realidad es un capitalismo ‘woke’. No se cambian las cosas realmente prescribiendo medidas que nos llevan a un balance ‘justo’ superficial, que no ataca las causas últimas de los desequilibrios.
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¿por qué, entonces, la izquierda se centra en aspectos menores de nuestro lenguaje cotidiano en vez de hacerlo en estas cuestiones más relevantes [...]?
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En cualquier caso, la posición ‘woke’ toca un aspecto realmente importante en la reproducción de la hegemonía. Me refiero a la reacción del sistema, que cambia desde ridiculizar a sus oponentes a ser presa del pánico y tratar de suprimir el antagonismo por la vía legal. Muchas veces encontramos en los medios quejas sobre los “excesos” de las teorías de raza o género que piden volver a las narrativas hegemónicas sobre el pasado americano. Estamos en mitad de una contraofensiva reaccionaria para reafirmar y blanquear el mito americano. […] A los niños se le debe enseñar una falsa versión de la fundación de los Estados Unidos que se parece más a un parto mítico virginal que a la realidad sangrienta y dolorosa.
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los partisanos de los mitos oficiales no se preocupan tanto por la verdad como por la estabilidad de los mitos fundadores. Estos partisanos, y no las personas menospreciadas por ellos como ‘relativistas culturales’, están incurriendo en una posverdad; les gusta mencionar los “hechos alternativos”, pero se niegan a aceptar mitos fundacionales alternativos.
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