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Dudo mucho que realmente nuestra vida sea más lenta. Como mucho, lo parece. Ni siquiera creo que, como mantienen muchos, sea un paréntesis antes de volver al ritmo normal. Mientras nosotros hemos parado, el mundo se ha acelerado. El tiempo se ha salido de quicio [...] al intentar encajar dos temporalidades distintas que siempre habían conformado nuestras vidas y que ahora, a medida que la actividad económica se vuelve a reactivar, resulta más claro que nunca que son incompatibles.
Me refiero, por un lado, al tiempo lento de la salud, del cuidado y de la precaución, privado, que se activó el pasado 14 de marzo como arma de contención frente a la pandemia. El tiempo de la tienda pequeña o la videoconferencia con la familia. El tiempo de bajar a comprar al mercado y charlar con el dependiente más de lo recomendable, de dar un paseo sin rumbo (o con rumbo, pero a paso lento) o de acostarse tarde porque no hay nada que hacer al día siguiente. El tiempo que había que recuperar como arma ante la muerte diaria de cientos de personas.
Por otro, se encuentra el tiempo productivo, económico, público y anónimo. El del trabajo, las obligaciones que intentamos encajar en nuestro horario, el que nos empuja a seguir corriendo para no quedarnos parados. Al contrario de lo que defienden algunos, no creo que este se haya detenido. Lo saben bien los padres que llevan los últimos dos meses con sus hijos en casa, pero también los teletrabajadores, los parados en busca de empleo y no digamos ya el personal sanitario.
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Esperar mientras tenemos prisa va a ser el signo de la nueva etapa.
Lo contaba en una entrevista Hartmut Rosa, el gran teórico de la aceleración en la sociedad moderna. "Es un error interpretar la crisis del coronavirus como una ralentización generalizada", explicaba. "En primer lugar, en muchos aspectos viene acompañada de inquietud y miedo existencial, y en otros, implica una aceleración manifiesta".
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No es un verdadero tiempo de disfrute, sino de estrés e inquietud. [...] Como continúa Rosa, "para los que temen por sus vidas o por su existencia económica, estos eventos no son una deceleración, sino una gran amenaza".
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Las crisis nunca detienen el mundo, sino que lo aceleran. Hoy ya es muy distinto a hace dos meses, y no se parece en nada a cómo será el mes que viene. Esa es la razón por la que tanta gente ha sentido durante los últimos meses que quedarse en casa en tiempos de pandemia, incluso si uno no tiene que trabajar, no ha sido el remedio mágico que esperaba para hacer todo eso que siempre quiso hacer y nunca tuvo tiempo. El tiempo puede haberse detenido en lo privado, pero es evidente que fuera de los límites de nuestro hogar se ha acelerado, paralizándonos en la inquietud. ¿Cómo se puede hablar de tiempo ralentizado cuando se suceden las informaciones sanitarias, políticas, sociales, cuando la situación cambia de la noche a la mañana?
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